Parece que la contradicción es algo innato al ser humano. De hecho, no hay mayor paradoja que la propia existencia: nacemos para vivir muriendo. Y a partir de ahí, la contradicción inunda épocas, pensamientos y actos que van conformando la historia.

Vivimos un momento en el que este fenómeno está cobrando un protagonismo incalculable. Se está apoderando de instituciones, organizaciones, derechos e ideas que creíamos maduradas hasta el punto de haber alcanzado el don de la perdurabilidad infinita, pero puede que no sea así.

Es precisamente en los albores de una incipiente idea quasi consensuada de globalización, cuando surgen los más radicales movimientos de reivindicación de identidad (Islamismo, Corea del Norte, el Brexit, Cataluña..).

Abanderan todos el lema “no tenemos miedo”, aunque manifestado de distintas formas: algunos lo exponen explícitamente en pancartas (curiosamente, podrían haber utilizado las mismas que levantaron en la reciente manifestación contra el último de los atentados cometidos en nuestro país), otros lo exponen mediante formas peculiares de abandonar instituciones internacionales en las que voluntariamente ingresaron y a otros se les puede leer en la punta de sus misiles.

De nuevo, la contradicción hace de las suyas. Todos ellos tienen un punto en común, sí que tienen miedo, tienen miedo a perder su identidad, por eso necesitan reivindicarla por encima de todo, aún a riesgo de perder su credibilidad.

Ir a McDonald’s no te convierte en americano ni comer paella en valenciano. Debemos hacer uso de la madurez histórica. Esta debería permitir que cada uno de los pueblos, culturas y naciones sean capaces de vivir en un mundo en el que acortemos distancias, contactos, información, profesiones e impulsen una mayor unión sin necesidad de desprendernos de nuestra idiosincrasia, sino todo lo contrario, que se utilice cada una de ellas para interpretar los nuevos servicios y productos que sean generados.

Quizás, para que esto sea posible necesitemos acortar primero las desigualdades. Seguramente, detrás de eso, vendrá todo lo demás…